Reflexiones literarias: Las cuatro puertas de la mente

Lisa Kudrow es uno de los rostros más conocidos de la televisión a nivel internacional, sin duda por su papel como Phoebe Buffay en la legendaria serie F·R·I·E·N·D·S. Durante las diez temporadas, ese personaje alocado y excéntrico nos conquistó. Sin embargo, quienes admiramos a esta actriz y hemos seguido su trayectoria, sabemos que la historia de Lisa no empieza ni acaba con Friends.
Ella misma hizo un recorrido por su trayectoria, tanto personal como académica y profesional, en el acto de graduación de la Universidad de Vassar (NY). El vídeo de su discurso se ha convertido en viral, y no es casualidad: resulta altamente motivador e invita a la reflexión, no sólo a los recién graduados o licenciados, sino a todo aquel que en algún momento se ha sentido perdido, frustrado, desanimado y sin ganas de volverse a levantar para exponerse a los golpes de la vida.
La actriz repasa sus comienzos: un camino complicado, con despidos, rechazos, dificultades económicas e incertidumbre, con el que fácilmente cualquiera de nosotros se puede sentir identificado.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=n0-wuLDvWA0?start=180&w=560&h=315]
¿A qué conclusiones llegas tú? Si te apetece, me encantará que me lo cuentes en los comentarios.
¡Hasta el próximo post!
Cuando paseas por el monte, o por el campo, y ves la vegetación que te rodea, observas las diferencias entre unos ejemplares y otros: Hay árboles altos, de troncos robustos y copas frondosas. Otros son pequeños arbustos cargados de frutos rojos, o con hojas bordeadas de espinas. Los observas, y contemplas como los troncos de algunos son rectos, sin embargo otros parecen torcidos. Los hay de hoja perenne, mientras que otros pierden sus hojas al llegar el otoño. Y los miras, sin juzgar, dejándolos ser como son y apreciando sus diferencias.
Incluso, observando el entorno en el que crecen, puedes comprender por qué son como son: quizá a algunos les llega poca luz, por estar en una zona sombría. Tal vez aquel retorció su tronco en un intento por acercarse a la claridad. Los observas, los comprendes y no te tomas su forma ni su apariencia como algo personal. Lo que son, cómo son, no tiene que ver contigo, sino con su historia.
En el momento en que volvemos al mundo de los humanos, perdemos esa habilidad. Esa actitud de observar sin juzgar se desvanece, y nuestro discurso se llena de “deberías”: Debería ser más correcto, o perder peso, o vestir de otra manera. Debería tratarme de otro modo. Debería ser más cariñoso, más fuerte, más independiente. Nos convertimos en máquinas de juzgar.
Quizá podamos practicar tratar a las personas que nos rodean, y a nosotros mismos, como a los árboles, y apreciarlos tal como son. Apreciarlos y respetarlos por ser como son.